Una escuela primaria: vicisitudes que impactan en nuestras clases

La escuela primaria, para ser sinceros, no es el ámbito que tenía planificado para mi futuro. Sin embargo, por distintos motivos, ingresé a este sistema a dar clases, y por ende, a conocer una realidad que yo hacía desconocida.

Ya en un post anterior he mencionado a los centros comunitarios que le permiten a los chicos y chicas, ser incluidos tanto desde lo educacional, como desde lo alimentario y desde las actividades de recreación. En esta ocasión vamos a enfocar más en una escuela hecha y derecha, tal como la conocemos.

En mi caso, mi primera experiencia fue en una escuela pública y para una materia que no tenía que ver con mis conocimientos: ajedrez. El llamado fue de emergencia por un contratiempo del profesor titular, y yo cubrí los reemplazos en 4 cursos distintos. Se trataba de chicos de 10 años, pertenecientes al 5° año.

¿Conocía yo el juego? Desde ya que sí. Era una situación de emergencia que exigía de una persona adulta que estuviera en la docencia. Yo no era una persona especialista en ajedrez, pero este tipo de desafíos hay que afrontarlos con responsabilidad. Así que el día previo me dediqué a repasar en profundidad las normas, que sumados a mis conocimientos previos sobre el juego, me dieron las armas para afrontar esta experiencia desde el contenido.

Sin embargo, mi especialidad podía darle una impronta a mis clases: el hecho de que una de mis disciplinas en la que trabajo sea la Historia, hizo que pudiera valerme de alternativas para una clase de reemplazo. El hecho de tratarse de la primaria lo convirtió en un doble desafío.

Así que comencé preguntándole a mis alumnos en qué año creían que apareció el juego. Las respuestas de entusiasmo no demoraron en llegar: "1980", "1970". Noo. Más atrás. Más atrás. "1810". Les doy una pista: Belgrano, para esa época, ya conocía el juego. Y Colón también lo conoció. La siguiente pregunta fue ¿dónde creen que se inventó? Con lo cual surgieron muuchas otras opciones y preguntas. Muchos conocimientos de los chicos salieron a la luz: nombres de paises, personas importantes o próceres.

Y así le dimos una introducción a una clase en la que me habían dado instrucciones claras de: "dale los ajedreces y dejalos que jueguen".

Uno puede concluir, en que la interdisciplinariedad es posible. Es posible que entre profesores de distintas materias o de distintos niveles, se pueden acordar contactos que permitan al estudiante relacionar contenidos de una y otra materia, y que perciban el sentido que en apariencia, muchos aprendizajes parecen no tener por sí solos.

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