Mi objetivo: que mis objetivos sean realistas

Habrás escuchado frecuentemente lo importante que es saber organizar nuestros objetivos, no ya en el contexto laboral sino en cualquier ámbito de nuestra vida. Podemos encontrar multitud de post en internet que nos hablan de enlistar las tareas que debemos realizar durante la jornada, la semana o el mes. ¿Basta con eso? Yo creo que no, démosle otra vuelta de tuerca al asunto.

¿ES SUFICIENTE CON PLANTEARSE OBJETIVOS?

Establecer objetivos es una buena idea, pero podemos enlistar todos los objetivos que queramos y darnos cuenta, al terminar el día o la semana, que a pesar de nuestra iniciativa y buena voluntad apenas hemos completado algo de todo lo que nos habíamos propuesto. Ocurre porque la cuestión no es tan simple como “Voy a plantearme objetivos” sino “Cómo me planteo mis objetivos”. Esto nos lleva a reflexionar, al menos un poco, sobre nuestra propia conducta en el desempeño de tareas.

Es interesante, cuando transcurran quince días, analizar con qué intensidad, frecuencia y duración estamos cumpliendo con nuestros objetivos.

El estilo de afrontamiento.

Ya queramos aprender a establecer nuestros objetivos, o estemos asesorando a otra persona en ello, es crucial estudiar un poco cómo afrontamos las tareas: desde las propias del puesto como aquellas que vienen de un compañero, otro departamento, etc. Normalmente podemos hacer una lista por la clásica categorización de urgente/importante/delegable. Y aun así queda observar nuestro comportamiento hacia ellas: ¿Las abordo de manera pasiva y las ignoro? ¿Las realizo con resignación o desgana? ¿O por el contrario las encaro afrontándolas?

Plantear desde lo positivo.

Muchas veces nos planteamos los objetivos con la idea de quitarnos algún obstáculo. Sin embargo, desde este enfoque no estamos planteando realmente un objetivo sino censurando un comportamiento: “No distraerme con el teléfono”, “Reducir la interacción con X compañero”, “No pedir ayuda para no molestar”, etc. La idea es entonces pasar desde un planteamiento aversivo a uno reforzante. Por ejemplo: “Voy a atender llamadas cuando la tarea que esté realizando no requiera mi total atención”, “Interactuaré con X compañero cuando haya realizado las tareas urgentes de mi jornada”, “En lugar de interrumpir a la mínima dificultad a mi compañero trataré de adquirir por mí mismo los conocimientos que me exigen la tarea”, etc. La pregunta clave para establecer los objetivos de manera positiva es: ¿cómo me gustaría comportarme en esas situaciones a diferencia de cómo lo hago?

¿CÓMO PLANTEO LOS OBJETIVOS?

Cambiar nuestro comportamiento es difícil. Esto no significa que sea imposible, sino que debemos tener flexibilidad con los primeros intentos que hacemos de cambiarnos. Tampoco esto significa que debamos ser indolentes con nosotros mismos, sino que a pesar de no lograrlo de manera ideal las primeras veces no perdamos las ganas de intentarlo hasta que lo consigamos. A pesar de esto, algunos objetivos no los vamos a conseguir porque simplemente son imposibles, o al menos poco probables de conseguir. “Quiero ser el primer colono de Marte” o “Aunque no he hecho ejercicio en mi vida voy a participar en las próximas olimpiadas”.

Que sean realistas.

Si nunca he hecho ejercicio desde luego no es realista que me plantee participar en las próximas olimpiadas, pero tampoco lo es que quiera aguantar una hora el primer día que salgo a correr. Sin embargo, sí es plausible que pueda aguantar una hora corriendo si estructuro adecuadamente mi objetivo: “Voy a salir a correr durante cinco minutos esta semana” hasta ir progresando a objetivos mayores. Los objetivos complejos (“Quiero estar una hora y media corriendo”), quizá deban descomponerse en cadenas de objetivos más realistas, hasta que se van adquiriendo las destrezas que permiten lograr objetivos superiores.

Evitar los siempre y nunca.

Nunca sentir ansiedad cuando vaya a una entrevista de trabajo” o “Estar siempre tranquilo cuando tenga que exponer mi trabajo en público”. Son objetivos que, no solo no cumplen con el criterio de realidad, sino que además son tan difíciles de alcanzar que nos va a generar mucha frustración cuando veamos que no podemos alcanzarlos. Sí que puedo plantearme “Aprender a gestionar la ansiedad que supone hablar en público”, o “Que el estrés no sea un obstáculo y pueda realizar una adecuada presentación en público”, o “Aprender a manejar el estrés para ser hábil durante las entrevistas de trabajo”. Es decir, nuestras expectativas tienen que ajustarse a la realidad, pero también deben estar acordes a las conductas que habitualmente las personas tenemos según el contexto en el que estamos.

Que sean específicos.

Por inercia planteamos nuestros objetivos de manera general. “Titularme de tal carrera”, “Conseguir un trabajo X”, “Acabar con el hambre en el mundo”, etc. Y esto lleva normalmente a no lograr nada y por lo tanto nos frustra, por lo que abandonamos el objetivo. La clave en esto es plantear ese gran objetivo general y seccionarlo en objetivos específicos, que son más fáciles de cumplir. Por ejemplo, ante el objetivo de “Quiero conseguir X trabajo”, deberíamos plantearnos reunir la formación requerida, identificar las empresas que podrían satisfacer mis necesidades laborales, aprender a plasmar una candidatura, aprender a mostrarse adecuadamente en una entrevista laboral, etc. Plantearse un gran objetivo no sirve de nada si después no planteamos los objetivos específicos que nos llevan a su consecución.

Que sean medibles.

Decía Drucker que no se puede gestionar lo que no se mide, de manera que si queremos saber si estamos cumpliendo nuestros objetivos, debemos registrar si ese día se ha cumplido (o hasta qué grado), dicho objetivo, y cuándo tiempo nos ha llevado. Es interesante, cuando transcurran quince días, analizar con qué intensidad, frecuencia y duración estamos cumpliendo con nuestros objetivos. Ante todo, porque es bueno que de alguna forma reforcemos el trabajo hecho, pero también para atender a la posibilidad de que haya que reestructurar alguno de los objetivos planteados.

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