Retomo hoy un tema que ya he mencionado aquí alguna vez. En general, los españoles solemos tener complejos a la hora de hablar inglés. En parte hay que agradecérselo a nuestro sistema educativo estatal, que se encarga de dar de lado a la comprensión auditiva (Listening) y a la expresión oral (Speaking). La otra parte de responsabilidad recae en la mayor o menor importancia que cada uno le dé a saber desenvolverse en un segundo idioma con soltura y naturalidad, y el empeño que le pongamos. Trabajar el speaking implica mejorar automáticamente el listening, y viceversa. Lo que ocurre es que el concepto de expresión oral engloba mucho más que el vocabulario que dominamos o incluso que la pronunciación en sí, que a su vez engloba mucho más que la pura articulación de sonidos.
En inglés, entra en juego otro aspecto clave que la mayoría desconoce: la musicalidad de la lengua. No somos conscientes de cuán distintos son ambos idiomas a este respecto. ¿Alguna vez os habéis fijado en cómo imita un humorista español a un inglés? Aunque esté balbuceando palabras sin sentido, SUENA bastante inglés, y esto es porque imita tanto los sonidos como la melodía. Y lo mismo pasa con los niños, por ejemplo: antes que gramática y palabras, aprenden sonidos y tonos, que son la gran seña de identidad de cada idioma.
Los españoles solemos hablar con un tono medio o neutro, pero en inglés el tono tiende a ser más alto y más variado: en una sola frase, incluso si es una sola palabra, sería perfectamente normal para un inlgés ir de un tono bajo a uno alto, y terminar con un tono neutro. En otras palabras, cuando traspasamos la melodía del español al inglés, sonamos como un robot, y nuestro interlocutor podría no sólo aburrirse, sino ofenderse o malinterpretarnos. Es más, ésta es una de las principales razones por las que nos cuesta tanto entender el inglés real.
Un caso práctico: estás viviendo en Londres, con una familia de acogida. Tras una jornada de trabajo, llegas a casa. La madre te pregunta, Did you have a good day?, y tú respondes un escueto Yes, con un tono neutro o descendente (falling tone, bajando el tono al terminar la palabra). Inmediatamente, la madre cambia de tema, o directamente dice algo educado y se acaba la conversación. ¿Qué ha pasado? Pues que probablemente tu tono le ha indicado que no te apetece dar más explicaciones, o incluso que te ha ofendido su pregunta. En cambio, si hubieras respondido Yes! (rising tone, subiendo el tono al terminar la palabra), estarías mostrando entusiasmo y ganas de contarle más detalles, con lo que la conversación se hubiera alargado y habría resultado más agradable y natural; a no ser, claro está, que realmente no tuvieras ganas de hablar del tema, e intencionadamente usaras la primera versión para indicarlo.
En tal caso, por cierto, lo suyo sería al menos añadir un Thank you o incluso esforzarse por ser un poco más educado y devolverle la pregunta con un How about you? Porque ésa es otra, si bien esto es generalizar y hay de todo como en todas partes, los ingleses, especialmente los British, tienden a ser más pesados con las manners, y es parte de la forma que tienen de comunicarse en su día a día. Recuerdo cuando experimenté por primera vez cómo los pasajeros de un autobús en Gales le daban las gracias al chófer uno por uno, antes de bajar. Y era un autobús urbano, nada especial, pero la misma situación se repetía a diario. Me chocó mucho, ya que aquí no estamos acostumbrados a eso.
Cuando empiezo a enseñar estas cosas a mis alumnos todos se sorprenden, y la mayoría se muestran incrédulos. ¿Cómo es posible que algo que nadie nos ha enseñado nunca tenga tanta importancia? ¿No importa más aprenderse el diccionario de memoria y hablar a la velocidad de la luz para llegar a parecerse y entender a los nativos? La respuesta es NO. Al contrario, a veces hablar rápido sólo sirve para intentar camuflar otras carencias, y muy a menudo entorpece la comunicación, más que facilitarla. Lo que ocurre es que en el fondo, nos da pereza y vergüenza aprender no sólo a pronunciar en condiciones, sino usar una entonación distinta: tendemos a pensar que los ingleses suenan demasiado exagerados, teatreros incluso, y nos sentimos ridículos al cambiar de registro, ¡que no somos cantantes ni actores! Sin embargo, pensemos por un momento en cómo nos suena un inglés cuando intenta hablar en español, incluso a un nivel intermedio-alto: nos suenan cómicos y nos reímos de ellos, aunque sea a sus espaldas. Pues al contrario pasa algo similar, sonamos cutres a sus oídos, y lo que es más, normalmente tienen que hacer un esfuerzo extra para entendernos y seguir el hilo de lo que decimos incluso aunque tengamos un buen nivel general. A nosotros simplemente nos hacen gracia, pero es que a ellos les cuesta el doble entendernos.
Llegados a cierto punto, la gramática y el vocabulario no son más esenciales que el tema que nos ocupa, por más que el sistema no se entere o no se quiera enterar. Es más, se debería empezar a cuidar estos aspectos desde los niveles más básicos, para evitar malos hábitos que terminan arraigando en el alumno. Recuerdo haber llegado a sentir vergüenza ajena al trabajar con colegas licenciados en Filología Inglesa, Traducción e Interpretación, o Magisterio de Lengua Extranjera, cuyo inglés sonaba más a Spanglish que a otra cosa. Y no puedo evitar sentir una mezcla de vergüenza e indignación cuando veo a un profesor de inglés vender en su vídeo de presentación que va a ayudarte a mejorar tu pronunsieichon. Yo misma no dejo nunca de trabajar para perfeccionar mi acento, porque siempre, siempre, hay algo que se puede mejorar; pero creo que hay ciertos estándares por debajo de los que no deberíamos permitirnos caer si es que realmente queremos enseñar algo en condiciones.
Ciertamente, parece que empieza a haber una mayor concienciación sobre este aspecto a nivel global, que suele venir de profesores nativos o de los que no somos nativos pero sentimos verdadera pasión por la lengua inglesa. Se trata de algo conocido como Accent Reduction (Reducción de Acento), y en España aún falta mucho, todo más bien, por hacer al respecto. Luego entraríamos en un tema más espinoso si cabe, acerca de qué acento es el que se debe enseñar/aprender. Hay un debate siempre abierto, pero lo que es indiscutible es que, a día de hoy, son dos los acentos con mayor uso y repercusión: el inglés británico y el americano. Claro está, tanto en Reino Unido como en EE.UU podemos encontrar una gran diversidad de acentos, al igual que sucede en España y Latinoamérica. Sin embargo, a la hora de enseñar un idioma, es importante establecer un estándar más neutro para facilitar el trabajo tanto del profesor como del alumno, ya que sería imposible enseñar todas las variedades (por no mencionar la dificultad de muchos acentos regionales).
Así, tradicionalmente se habla de RP (Received Pronunciation) para el inglés británico, y General American para el americano. Del primero, se puede decir que ha ido evolucionando y cada vez se usa más la variedad moderna mayormente hablada en el sur de Inglaterra, un poco más global y menos "elitista" (pensemos en Londres, una de las capitales más cosmopolitas del mundo, donde conviven tantas nacionalidades distintas). Tras haber estudiado las diferencias entre el británico y el americano (y haber enseñado este último durante un tiempo), me decanté por el primero, por cuestiones de preferencia personal. Esto es clave a la hora de elegir: ¿con qué acento te sientes más cómodo o identificado? ¿Vas a comunicarte más con nativos británicos, con americanos, o te es indiferente?
Pero más allá del acento elegido, lo que importa es trabajar en todo esto. Reaprender a usar los músculos fonatorios para producir los sonidos del inglés, ya que su sistema fonético es tan distinto del nuestro (sí, al principio puedes terminar con agujetas en la mandíbula, lo cual indica que vas por buen camino). Conocer el ritmo del inglés y cómo se crea. Aprender dónde debemos poner el énfasis o acento, no sólo en cada palabra, sino dentro de una frase. Saber usar los tonos básicos en situaciones del día a día. Todo ello nos permitirá pasar a la siguiente fase y empezar a hablar un inglés que suene a inglés, lo cual puede resultarnos más gratificante incluso que el domino que tengamos de la gramática o el número de palabras que sepamos. No se trata de avergonzarnos de nuestro acento, sino de pulirlo para adaptarnos a los requerimientos reales de nuestro segundo idioma. Y no lo olvidemos, esto nos permitirá entender con mucha más facilidad a los nativos, algo sobre lo que los alumnos suelen quejarse y por lo que, en muchos casos, terminan bloqueándose. Con trabajo, motivación y constancia, es posible conseguirlo; ¡y el proceso suele resultar interesante y hasta divertido!